Monte de piedad

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Un proyecto en colaboración con Juan Mejía

El proyecto consiste en una serie creciente de pinturas sobre tablas (acrílico sobre MDF) que reproducen el tamaño y el diseño de una selección de libros.

Los libros son de arte, de literatura, de teoría, filosofía o historia. Son escogidos por considerar que su temática, autor o su título guardan alguna relación con las posibles implicaciones del proyecto (pintura, reproducción, lectura, conocimiento, proceso, abstracción, educación, etc.) o aún porque el diseño gráfico del libro resulta irresistible.

En el proceso de reproducción se eliminan los textos (título, autor, reseña), las figuras y fotos, y la información editorial. Se trata de abstraer el diseño básico del libro, aplanando los colores, de lo que resultan evocaciones a la abstracción geométrica y a la pintura moderna en general. Posteriormente se etiqueta con el nombre del libro y del autor escrito a mano sobre un pedazo de cinta de enmascarar, a manera de ficha técnica.

El resultado es un objeto pictórico, un libro despojado de su contenido textual, un fetiche.

Juan Mejía & Giovanni Vargas
Bogotá, 4 de diciembre, 2007

En el camino, le contó a Kien cómo era el Monte de Piedad por dentro. Le describió el imponente edificio con todas sus dependencias, desde el sótano hasta el desván. Al final, reprimió un leve suspiro y dijo: -Mejor no hablemos de los libros-. La curiosidad devoraba a Kien. Acribilló a preguntas al enano, que se mostraba muy reticente, hasta que le arrancó entera y sin tapujos, la horrible verdad. Le creyó, porque los hombres son capaces de cualquier infamia; pero también dudó, porque el hombrecito le resultaba odioso aquel día. Fischerle, que halló tonos de veracidad inconfundible, le contó de qué manera recibían los libros: un Cerdo los tasaba, un Perro extendía la papeleta de empeño y una Mujer los envolvía en un trapo inmundo, sobre el cual pegaba un número. Un viejo decrépito, que se caía todo el tiempo, se los llevaba luego a otra pieza. A uno se le parte el corazón de sólo verlo. Dan ganas de quedarse un rato más ante la ventanilla hasta tener los ojos secos-pues uno se avergüenza de salir a la calle con los ojos rojos-, pero el Cerdo gruñe: -Esto es todo- lo pone a Ud. en la puerta y cierra la ventanilla de golpe. Hay personas tan sensibles que ni aún así logran irse. Pero el Perro empieza a ladrar y todos corren, porque el tío muerde.

-Elias Canetti