Nube nueve es un ejercicio de rastreo, un archivo que revela dinámicas terrestres al consignar asuntos de meteoritos.
La propuesta consiste en dos libros: el primero presenta una cartografía con todos aquellos bólidos avistados, detectados, consignados por entusiastas, aficionados, científicos y/o dispositivos automáticos. El
segundo opera como una
colección y consignación de datos e imágenes con cuestiones económicas, políticas, místicas y animistas que giran alrededor de estos objetos espaciales.
En el sitio web Nube 9 se agrupa y hace visible tanto la propuesta gráfica como a la información dispersa, olvidada o pasajera relacionadas.
Es un espacio que motiva los juegos de relaciones, y un archivo que se alimenta periódicamente.
A de Arte
AN de Animación
ANTR de Antropología
ARQ de Arquitectura
C de Cómic
CE de cosas extrañas
D de Documental
E de Exposiciones
L de Libro
LI de Libro Ilustrado
M de Música
NG de Novela Gráfica
P de Película
PI de Película Independiente
S de Serie
VJ de Video juego
Nube nueve (Esfera de Tensegridad)
Richard Buckminster Fuller + Shoji Sadao
Nube nueve es el nombre que Buckminster Fuller le dio a sus hábitats aéreos creados a partir de esferas geodésicas
gigantes, que
podrían levitar calentando ligeramente el aire interior por encima de la temperatura ambiente.
De hecho, una Nube nueve podría estar atada o flotar libremente, desplazándose según las condiciones climáticas y ambientales, o
podría
ser enviada a una zona de catástrofe humanitaria para servir como refugio de emergencia. Las personas que necesitaran de asistencia y cobijo podrían vivir en la esfera mientras fuera necesario, incluso mientras se les transporta por aire
hasta otro emplazamiento con mejor atención y con garantía de seguridad.
Con globos de este tipo podrían construirse “miniciudades” o pueblos aerotransportados de miles de personas.
Nube nueve es un estado y un lugar en el que Dante, en la Divina Comedia, se vio envuelto y cegado por la luz "cielo más cielo", un momento en el que lo terrenal y lo extraterrenal se unen, en el que lo ordinario y lo extraordinario proponen una imagen.
NUBE 9
2022
© Giovanni Vargas
Nube nueve es un proyecto de consulta
y en permanente construcción.
Textos
Giovanni Vargas
Corrección de estilo a los textos
Ana López
Diseño del sitio web
Jerónimo Velásquez y
José Sanín
Agradecimientos
Paula Leuro
Manuel Kalmanovitz
Juan Mejía
Ante la lluvia de negras cenizas y trozos de rocas que caían del cielo, buscaron consuelo el uno en el otro. El vacío de cada uno se había fundido en un gesto conocido para afrontar lo inminente.
Oyen la canción sentados en el techo, uno frente al otro; a medida que pasan los minutos finales, una extraña luz —que es visible incluso en el día— aumenta de tamaño por cada hora que pasa en la noche. Todo debe irse,
ese es el pacto.
¿Dónde estarás a la media noche? ¿Qué vas a hacer? ¿Con quién vas a estar? La gente desea tener el final perfecto, pero escuchen: no es el fin del mundo.
El mundo se deforma, se torna irreconocible y se vuelve contra nosotros. El campo parece refulgir con irisadas auroras boreales, aunque no es la primera vez.
Un miedo primario e incomprensible nos inunda con un cromatismo inexistente en la Tierra.
Nadie sabe qué está pasando, pero llevamos atónitos largo rato. Las luces y los sonidos son extraños y la naturaleza empieza a alterarse.
He intentado buscar historias a las que adherir y, al parecer, no son tan visibles. ¿Será, acaso, la desilusión de lo que sucede hoy en día? Pero, si todo es perfecto, ¿es el presagio de una nueva vida? Al parecer no me
es visible.
No habla y no siente la necesidad de hacer cosas que le sean típicas, luego murmura: “lo he intentado, es decir, adentrarme en la naturaleza y encontrar… la cercanía”.
Esta es la historia.
Willem afirma: “Allá donde el sol nunca se pone, justo en aquellas zonas donde las piedras del cielo han dejado huellas de sus rastros, los animales y las plantas han hecho su hogar, el viaje mítico ha creado de forma
brillante la inmensa tundra que visualiza lo que pasa por su cabeza”.
Busca, se tropieza y sufre a medida que atraviesa el sádico universo, los animales y las plantas pertenecen al mundo exterior, todo desaparece.
No pudo dormir durante dos noches. Tuvo uno de esos momentos en los que la pérdida de compostura le llevó a presagiar con precisión el evento.
“Se los juro, no quería hacerlo, no quería predecir lo que todos desestimaron. Mierda, está sucediendo ahora, tenemos que encargarnos”. De nuevo pierde la compostura y despotrica con una voz que les muestra a los otros los visos de su
sádico universo.
Está condenada, no quiere mirar hacia arriba.
Algo ha cambiado, Shane lo ha dicho, lo que parecía una fantasía se ha convertido en realidad y Shane no lo deja de repetir: algo ha cambiado; aunque su hermano nos había avisado de aquella posibilidad.
Desorientados y desconcertados nos preguntamos qué hacer para que todo funcione de nuevo en conjunto, aquello que hemos visto desde el abrigado interior de nuestras casas. Ann observa que, con suerte, llegará el día en que tendremos que
enfrentar lo sucedido, nosotros somos solo visitantes, no pertenecemos aquí, “somos los visitantes”, reitera.
¿Qué sucederá ahora?
En busca del depositario o el propiciador de estos deseos, he pasado del mito a la ciencia, de la ciencia al mercado, del mercado a las instituciones y de las instituciones a lo divino. La historia de esta obsesión ha
estado escondida y es conocida solo de un modo fragmentario.
No sé qué me han hecho tus ojos, pero me han llevado por un rumbo inesperado. Has cavado agujeros en los que se han relegado las leyendas. Estoy dispuesto a escarbar en
aquellos orígenes, convencido de que si algo cae del cielo, no es propiedad de nadie.
No imagino qué harás ahora en las entrañas de este territorio, en medio de los zumbidos que durante siglos han revolcado estos suelos.
Lihuen, parado frente a la roca que había encontrado en la gran explanada, le responde: “todo lo que hay abajo, hay arriba". Me interesa el desentierre, la idea de que existe algo que merece salir a la superficie, algo que ilumine.
Es
habitual para nosotros, los habitantes del desierto, al observar el cielo, conversar sobre las señales que aparecen en él”.
Con un leve rictus, Robert Haag observa la roca, la filma pensando que, en estos tiempos de lo enorme, es mejor hablar de lo pequeño, de los actos invisibles que ayudan a encontrar “nuevos caminos”. Ha tratado de encontrar más rocas como
aquella en este mundo que no volverá a ser el mismo.
Mustio, le responde que sí, que probablemente. “Ella es una buena persona, es una buena mujer”, se comenta Simón a sí mismo al haberle respondido de forma afirmativa y sin titubeos.
Una sonrisa desesperada y de autodesprecio se refleja en la mirada del hombre. Piensa: “debe haber alguna forma de detener lo que, en apariencia, se viene. Acabo de verla inquieta porque no interioriza de manera más profunda lo
acontecido, solo esa falsa
tranquilidad con que se afrontan los miedos. Pero hay algo sorprendente y extraño en ver en ella el fin del mundo, como si hubiera llegado de nuevo ese esperado día del año”.
—Te ves perfecta —pronuncia Simón.
La cosa empieza a salirse de las manos, así que arroja la bolita buscando librarse de la responsabilidad. Argumenta que el juego es desconcertante porque todo podría precipitarse de la manera más absurda y si es capaz de tomarse tan en serio el arrojo de la bolita, es porque en ello está la posibilidad del otro lado, el del absurdo. No se debería convertir aquello que se ama en un trabajo.
El hilo que los une es muy débil: quien aparece detrás, en la fotografía, es un personaje cortés pero no tiene carisma. Aún así, se ve en él una búsqueda de trascendencia que se amalgama con la del coreano que se
encuentra a la derecha y que es uno de esos que se excita cada vez que conversa sobre El libro del destino. Es encantador escucharle. Sobre el alemán, tengo por decir que es de aquellos que interrumpe una explicación para hacer un
chiste
malo ante el que no puedes evitar carcajearte. Cada uno de ellos, sin embargo, transmite una cierta sensación de incomodidad, tal vez debido a la proximidad física.
Son personajes cuya pasión y visión del mundo resulta tan
memorable como su extravagancia o su patetismo, como el aficionado aquel ubicado en la parte más distante de la toma, en la sombra. Son pedazos de otros cuerpos que están en el espacio y juntos dan una visión más amplia de sus orígenes y
de su destino.
Cuando el sol se estaba poniendo, cada uno percibió la presencia del otro. Dos completos desconocidos que estaban destinados a conocerse. En ese momento, el más grande siguió moviéndose, pero el pequeño, al ver la realidad a la que se enfrentaba, decidió desaparecer. A partir de entonces, para el otro hay algo que le hace coincidir en el mismo espacio a la misma hora; busca cada día: “sin saberlo, siempre estoy buscando algo, una persona, un lugar, un elemento; no recuerdo qué es o dónde está, pero sé que es importante para mí”. Este sentimiento le consume y lo único que le resta es continuar.
Lo único que le ha quedado es un pedrusco verde y oscuro del tamaño de la cabeza de un chihuahua. Entonces lo toma del suelo, lo gira y nota que aquello que en algún momento había sido un obsequio ahora tiene el propósito
de destruirlo todo. Saber de aquel misterio le hace sentirse culpable, así que toma un lápiz y un papel donde empieza una lista de lo que necesitaría el “Mundo del futuro”.
The Guardian, Shirt burnt by a Meteorite
Ha encontrado la más bella, la más preciada y codiciada de todas. En su búsqueda ha aprendido a diferenciarlas y a trabajarlas. Al tomar la piedra, sobreviene el remordimiento: sabe de dónde emerge ese sentimiento que ha hecho que no le guste lo que antes le entusiasmaba. Sin embargo, debe lidiar con ello; también sabe que, a esta altura, todo ha cambiado. Tal vez la única salida sea encontrar otra más bella, otra más codiciada que esta.
Algo sigue vivo, un aire abrasador lo envuelve y le hace parecer como si transpirara en silencio. Percibo su presencia, es como un gigante que observa desde la distancia. Vigilante de la cotidianidad; la aparición de sus
sonidos ha revivido y exorcizado los sueños y recuerdos que había descuidado. El final para cualquier relato de este tipo debe ser un gran etcétera.
Versos del cosmos sitio web
Estaba pensando que debía marcharse, lanzarse, embarcarse en aquella búsqueda que tanto se había prometido. Cumplir aquel sueño que lo obligaría a tomar decisiones extremas y rápidas implicaba aprender nuevos métodos y
salirse de la zona conocida.
Al instante de tomar la decisión, la máquina soltó un agudo y plano pitido. El verde irradiaba por toda la habitación.
Estamos dispuestos a todo, así que seguiremos cavando. Para el forastero, los pequeños granos de acero que han sido arrojados a sus pies pueden ser el punto de partida. Entonces saca de su bolsillo el
pedernal.
–MQ
Gemía porque nunca supo qué era lo que quería. Pero, al verlo, descubrió que el verde esme-ralda era su color. Desde ese instante, el pedrusco que había recogido sanaba sus heridas.
Todavía no entiendes, nunca entenderás. Se lo decía a la cara mientras le miraba a los ojos con profunda pena. Para sorpresa de todos, el joven traga con cuidado su bocado, luego descansa los cubiertos en la mesa, se levanta y comenta: “¡Bravo! Hasta ahora no hay víctimas”.
Ambos le esperan, así que con su rostro moribundo les lleva a la puerta, los conduce por un lugar anegado de arena, como un desierto donde es difícil caminar sin hundirse. La pareja se queja, él hace caso omiso. Al rato se voltea y les pregunta: “¿por qué quieren destruir la fe?”
Hace tiempo que maquinan. Han trazado los planos detallados esperando que el procedimien-to tenga éxito. Al enrollar los documentos, una pequeña hoja se suelta y cae al costado del sofá. Tomi se agacha, la recoge y lee: “La culpa, querido Brutus, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”. Tomi piensa: “Siempre hemos tenido contacto con ellos”.
“Amigos, si tienen tiempo vengan a visitarnos”. Estas palabras resonaron expulsadas de sus bocas, mientras el grupo se dirigía hacia la luz. Los tuareg aún sonreían mostrando siniestramente sus dientes, mirándoles fijo y sosteniendo en sus manos los trozos de la “Belleza Negra” que aún eran suyos.
Es risible, ellos únicamente veían lo obvio, deseaban algo que no sabían muy bien cómo era, podían ver los lagos y los ríos; aunque las cosas nunca son lo que parecen. De vez en cuando, al visitar la llanura, oían aquel primitivo instrumento, su aparición marcaría un comienzo.
—A estas alturas sería extraño, pero vamos a hacer un trato —responde Polín a David—. Puedo parecer dura en mi relación, pero hay una intensidad y un calor emocional que esperaría compartir cuando tenga un encuentro con
otro.
—Me has dejado bastante frío, no esperaba toparme con ese olor rancio de la nostalgia y las promesas —contesta David.
La bestia ha muerto, ha llegado un nuevo tiempo, hemos peleado con piedras y con palos para dejar de sentir el peso de su sombra sobre todos nosotros. Destruimos aquel sentimiento de extrañamiento y el proceso implicó
cortar de tajo.
Metatron
—¿Con qué soñabas en aquel momento?
—Con que nada formaría parte de mi vida, pero ahora ha germinado un mal invisible y sin sospechar, aquel sentimiento me ha tocado, me ha desviado; siento que es mío y tengo la impresión de que toda la atención precipitó mi caída.
Se han convertido en mi “cosa”. He trabajado duro para acercarme a lo que observé como una raya roja y brillante. Lo he puesto todo junto, aunque muchas veces otros se han encargado de alterar las interpretaciones y los simbolismos de aquel pozo mágico tan profundo y arcano.
No voy a mentir: todavía me ocurre, y las opciones me abruman. Aunque he pensado que lo que quiero hacer en mi vida es dominar la navaja, aquel instrumento tan delicado y detallado, que nunca es cursi. Quiero canalizar finalmente mis incertidumbres tallando formas esféricas, extrañas. He pensado en los pequeños detalles con una fascinación casi morbosa. Luego las guardaría en un recipiente hermético de cristal.
Esto me animó y me dio confianza, así que ahora pertenezco al programa que ha monopolizado mi atención. Dicen que en los años siguientes, esta revolución tecnológica alterará totalmente la realidad; se sabrá sobre todas aquellas formas incandescentes y multicolores, y sobre las que vendrán y las que ya se fueron. He soñado a menudo con ello.
Le encantaba hablar de la ciencia de los objetos, en cualquier lugar y en cualquier momento. No conozco a nadie con tanta energía. Ha causado efectos profundos en otras vidas, pero su fascinación por los pedruscos convirtió su aventura en una pesadilla. El impacto fue de los fuertes, fue magnético, fue su puesta de sol.
Todo lo que realmente hice fue sacar una piedra, una piedra vieja que causó una ola de calor tan densa que extendió un aire de extraña fantasía por el lugar. La había ubicado en un banco que se encontraba junto al lago, donde muy pocos la veían.
Vi muy pocos, pero finalmente vi algunos. Estaban dispuestos en una bolsa que Julia abría y cerraba a su gusto. Mientras tomábamos -el algo-, Julia comentó que eran especiales, que lo presentía. Sobre todo, hablaba del verde como si hubiera arribado de Mercurio. Ella tenía razón, el verde era el especial, cuando abría la bolsa, brillaba.
Ha pasado un año desde los eventos y Susana se ha mantenido al margen desde que presenció la caída. Lo único que conserva de ese instante es un fragmento de roca que guarda en su bolso, como una señal ante el olvido.
Se apresuró a recogerlos todos, sabía que el peso le ayudaba a mantenerse estable. Y caminar con los bolsillos llenos le hacía sentir que aún pertenecía al mundo.
The Guardian, Find a Falling Star – Regine Petersen
“Esta es mi última trayectoria contigo. Una criatura como yo no puede acompañarte hasta donde marca tu destino”. Alí le anunciaba la noticia a través de la pantalla y, mientras tanto, las formas a su alrededor perdían el color.
Al incluir cuidadosamente la Ureilita, observó con detalle la selección de plantas que acompañaban a la roca en el interior de la pequeña caja de cristal. Construir Terrarios se había vuelto su afición, le parecía que en ellos la eternidad estaba condensada.
Le intrigaba el horrible silencio que reinaba. Le recordaba aquellos momentos en los que, de súbito, el espectáculo de luces verdes emergía ante sus ojos, paralizándolo y transportándolo a la zona oscura. Nunca había podido recordar ningún suceso completo, aunque las imágenes le venían a raudales.
“Te han cambiado y no me imagino qué harás ahora”.
Desde que las tuvo en sus manos, Julia quería unirlas, no sabía para qué; un impulso la moti-vaba y a la vez la llevaba a esa sensación de angustia que nunca se iba del todo y que la con-sumía. En esos momentos, el vigor la dominaba. Se
llenaba de una cierta intensidad. Se había visto a sí misma como su protector, pero también entendía que lo único que le quedaba por hacer era esperar. Así que, incluso desde antes, esperaba.
“Escuchen lo que nos rodea, todo aquello que absorbe la pesadumbre que producimos, lo que hemos llamado la ansiedad del mundo”. Mientras Lucia bruñe las formas irregulares que ha intentado disponer con cierto orden, la voz que emerge del dispositivo le recuerda que es el momento de recoger su labor, guardarla y salir de compras.
Miraban el reflejo del agua entre las piedras; en esa tarea llevaban un buen tiempo. Se habían detenido porque escucharon un sonido férreo que los llevó a atender aquella peculiaridad. Clara miraba agachada en la pequeña curva de la ribera y, mientras escuchaban en silencio, su voz irrumpió inundando los ojos de Lucio.
“Me encuentro agarrado a ti; lo que siento es tan grotesco que decirlo me destruiría. El placer que me proporcionas me lleva a intuir que probablemente eres una mala señal”. Al terminar de oír el correo, Jairo acaricia la tecla negra que le señala lo incierto. Siente su forma y decide, finalmente, oprimirla. Advierte aquel sonido tan usual que hoy solo lo estremece.
Crece el desierto. Aquella voz le ensordece. Ve desde la cumbre la zona verde que se desva-nece en sus bordes irregulares. Desde que oyó decir que el brote ha cambiado la forma, trepa la montaña para percatarse de la división.
Sabía que al hendirla acabaría con todo lo que, por mucho tiempo, se había obrado. Como lo mata la ansiedad, aquella manía de escarbar lo dejaba tan vacío que, por momentos, pensaba que tanta poesía y música no servía de nada para algo que duraba tan poco.
Campo del Cielo, Field of the Sky by Katie Paterson for Exhibition Road Show 2012
Llevaba tiempo escarbando, a veces, se detenía, se miraba los dedos para luego lamerlos como un animal. En este quehacer se tomaba su tiempo, degustaba el sabor de lo matérico, la herrumbre, algo que no lograba reconocer porque de donde venía ese gusto, no existía.
Nada ha vuelto a crecer desde que la mole reposa en el jardín. A Martina el infortunio la ensombrecía porque había perdido la oportunidad de ver los frutos de aquello en lo que tanto se esmeró. Había adquirido las Sweet Juliett hace buen tiempo, los botones carnosos y rojos estaban a punto de brotar. Conocía bien la forma exacta de su compra, los frutos que sus amigas le ofrecerían. Se pasó meses buscando y, al verlas en la pantalla, aquellos labios tan rojos la calentaron, despertaron su pasión; imaginó que cuando saliera al jardín, la compañía de aquellas protuberancias llenaría la oquedad que arrastraba desde hace tiempo.
Se rumoreaba que compartía la fortuna de leer el futuro y que su especialidad era la rumpología. Como vidente había decidido que, si seguía por esa senda, debía procurar ser más cauteloso porque posiblemente no iba a ser tomado demasiado en serio. Entonces procedió a dotar a su método de predicción de un halo cientifista. Cuando se ponía en práctica, sus visiones le presagiaban algo oscuro, le revelaban un gran vacío, le hacían sentirse como si estuviera cometiendo un pecado contra el orden del universo. En este acto se pensaba como una persona enferma, infeliz y trastornada: la verdad, él no leía el futuro de los otros, leía su futuro en los otros. Y el futuro le advertía, como una señal de la naturaleza, que su vida estaba amenazada por un temprano final trágico.
Al que llaman El Destructor reposa ahora en la hamaca, se mece impulsado por sus grandes pies, busca entretenerse y distanciarse de la abulia. En su trabajo es conocido por ser meticuloso, todo lo que llega a sus manos lo dispone de tal forma que comprende con exactitud el principio de las cosas. El mote se lo había ganado cuando logró descomponer una extraña pieza que dejaron para reparación y que varios de sus compañeros no pudieron desmontar. Cuando le fue entregada, procedió como siempre: limpió con una escobilla el espacio, extendió un blanco dulceabrigo y dispuso su equipo de instrumentos de mayor a menor. Cuando inició su labor, algunos le observaban con curiosidad, otros con morbo, dudaban de si sería capaz de desarmar ese objeto que, cuando se agitaba, soltaba un pequeño ruido metálico. Un par de horas tardó el proceso y cuando consiguió desajustar la última pieza, una guija saltó como un resorte cayendo al piso. Ben Grimm se agachó y la encontró debajo de su mesa. La tomó cuidadosamente entre sus dedos y alcanzó a observarla, pero, al intentar girarla, se le deshizo.
En realidad no es como crees: Clara llevaba un buen tiempo intercambiándolos, cada vez que encontraba uno lo tomaba en su mano y lo presionaba fuerte para percatarse de que esta vez sí era el adecuado. A veces lo lograba y creía haberle atinado, pero al poco tiempo dejaba de advertir la agitación del inicio. Alguna vez me contó que intentaba sentir los siglos en ellos. Decía que los percibía y que, en algunas oportunidades, conseguía visualizar millones de vidas en su interior. Yo solo le miraba, atónito, me parecía que, como llevaba a cabo una ceremonia, posiblemente mucho de ello era genuino. El tiempo transcurrió y, a medida que iba repitiendo su acto, se le notaba más insegura y frágil. En la fase más débil y confusa de su trayectoria, Clara me permitió conocer al “verdadero”: una tarde, en su alcoba, con un gesto y una voz descolorida, me instruyó para acercarme y extraerlo de debajo de su almohada. Al tenerlo en mi mano, sobrecogido, contemplé su embrujo mientras, girándolo, leía: esta es mi última trayectoria contigo.
—¡Bendita sea la hora en que te he encontrado! —dijo, como para sí mismo.
Hace dos noches Gastón la había soñado, la vio llegar de prisa y asustada. Notar su temor le produjo una honda pena, y más suponer que era su culpa. Desde entonces se descubría constantemente pensando en ella, en su blancura, en sus ojos
de ese negro tan profundo. Le gustaba cómo lo indagaban. Siempre, al salir, era la primera de quien se despedía, besándola con entusiasmo. Paz le había dejado un gran recuerdo, Gastón nunca imaginó que aquello era todo lo que le quedaría
de su relación.
Gastón actuaba con completa normalidad: se levantaba, se bañaba, tendía la cama, preparaba los deberes del día y repasaba la lista con lo que debía cumplir en el trabajo. Cada día salía de su casa palpando el bolsillo de su saco, un gesto que se tornó hábito, como el de caminar hacía al trabajo, llegar a la puerta y decidir seguir de largo. Desde que Paz faltó, Gastón pocas veces asiste a su oficina, ha encontrado un lugar que llena su vacío. Al ingresar allí se siente otro, sus preocupaciones se disipan. Ahora se toma los días completos, deambula por el lugar en cortos pasos y adopta un gesto de reverencia para observar todo lo que se encuentra por debajo de su altura. “Nada más justo”, piensa, “para pagar la deuda”.
En estos ires y venires, Gastón no había perdido su costumbre de palpar el bolsillo, le recordaba la existencia de su deuda pendiente, y el asistir a ese lugar tan especial se lo reiteraba, pero también sabía que aún no se sentía preparado para tomar una decisión radical. Observaba lo minúsculo, de lo pequeño aprendía. Le dolían las rodillas y la espalda, también descubrió su problema de vértigo, entendió que el haberse sentido entre las nubes el día que conoció la tienda no fue un asunto de felicidad, era una cuestión de cautela, porque sus constantes desequilibrios dieron pie a una pérdida de rumbo. En sus buenos días Gastón comprendía esos ojos negros, también el gesto de reverencia y su manía de buscar dentro del bolsillo, y aunque no captara el porqué, ni su afán persistente de visitar la tienda, errar era su costumbre y la mano en el bolsillo su guía para detenerse, mirar y leer entre dientes, con cierta extrañeza, el signo de lo que su mano acariciaba:
Lo siento, eres muy bella, pero no puedo disfrutar de ti, me pesas.